martes, 9 de febrero de 2016




La gente como tú nunca cede el paso, si puede te pisotea y te  impone una culpa desmedida que rebosa el vaso del buen hacer. Es  malagradecida, tiene suerte y a su lado siempre habrá una persona a la  que avasallar y manipular. La gente como tú se calza de soberbia, es  estúpida e insolente. Intransigente en sus andares y mandona en todas  las formas de expresión posibles. Va de amiga, se da la vuelta y te  critica. La gente como tú le dice a los demás que " tú no eres tan  guapa". Envidian tu luz y tú belleza simple: sin maquillajes, ni  conservantes.

A la gente como tú yo no la quiero en mi vida.
A la gente como tú lo que más le repatea es la gente como yo, porque...

La gente como yo es bonita. Bonita de corazón, de alma y de sentimientos. La gente como yo es honesta, leal y sincera. Se equivoca, pide perdón y sumé sus errores. La gente como yo perdona, desea el bien a pesar del daño y lo único que pisa, es la firmeza de los pasos por donde anda. La gente como yo no quiere a medias, ni se nutre de la infelicidad de aquellos que lo están pasando mal. Ni siquiera, de la tuya. 

La gente como yo no tiene suerte. ¡Se la trabaja! Lucha por lo que quiere hasta conseguirlo. La gente como yo se cae cien veces y se levanta ciento una. Se hace experta a base de decepciones, se recompone una y mil veces, y se hace amiga de las lagrimas que nadie secó cuando más lo necesitaba. La gente como yo creé en el amor, en la amistad sana y no envidia. La gente como yo no se calla, dice siempre lo que piensa, aunque a veces, eso duela. La gente como yo es amable, generosa, transparente. A la gente como tú le repatea y nos señalan de bienqueda. La gente como yo celebra los éxitos de los demás y le da la mano a quien más lo necesita.

La gente como yo se maravilla con cada puesta de sol, habla con el silencio y agradece los mínimos detalles como si fuesen las joyas más caras del mundo. Achucha de verdad, sonríe de verdad, ama de verdad.  Damos abrazos honestos cuando vemos a nuestros amigos con quien hace tiempo que no hablamos. La gente como yo deja propina aún estando en blanca.
A la gente como yo no le importa hacer el ridículo, pregunta lo que no sabe y baila hasta quedarse sin aliento. No presume de sus bondades y le resta importancia a esos piropos que intentan adormecer el sutil eco de lo que de verdad importa. La gente como yo te abre la puerta, te ofrece el último bombón de la caja roja de Nestlé y te protege, aunque tú no lo veas. Aunque tú, no me veas. Tu envidia nos hace fuertes mí y tú intento de daño, invencibles.

 

miércoles, 13 de enero de 2016

 

Estamos hechos de momentos
No se trata de un destino, sino de un viaje en el que cada momento nos define.
Estamos hechos de momentos, de casualidad, de fugacidad, de recuerdos que nos atraparán cuando menos los esperemos, y nos ahogarán. Estamos hechos de verbos de pasado, de presente y los de futuro. De eso mismo se trata, ¿no? No sabemos de lo que estamos hechos. No somos conscientes de que el tiempo es la única oportunidad, la más valiosa, para atesorar cuanto más mejor. Antes de que nos convirtamos únicamente en polvo, verbos de pasado, recuerdos. Cuando eso ocurra, no habrá más fugacidad, ni casualidad, ni riesgo.
Dejamos que nos limiten los verbos de pasado. Nos dejamos llevar demasiado por la nostalgia y el arrepentimiento. Sentimientos que están ligados a algo que en algún momento nos perteneció de una forma de la que simplemente ya no. Pensamos mucho y hacemos poco. Dejamos a un lado los verbos que más nos pertenecen, los de presente y los de futuro en cierta medida. Y no nos damos cuenta, no nos damos cuenta de que el tiempo es efímero.
La sociedad y la monotonía están contaminando nuestras horas con pasatiempos vacíos y frustraciones. Deberíamos prestar atención, encender nuestros sentidos, hacer un hueco en nuestras apretadas agendas para que fluyan esa fugacidad y momentos de los que estamos hechos. En fin, deberíamos dedicar más tiempo a lo que nos hace sentirnos vivos.
Deberíamos salir solo por salir, notar cómo nuestros pulmones y nuestra mente se purifican con cada bocanada de aire fresco. Apreciar los colores y los detalles que la vida de verdad nos brinda y no el color gris en el que la monotonía nos intenta encerrar día a día. Deberíamos dejar que la casualidad juegue con nosotros, y jugar nosotros con ella. Deberíamos reír más, sentir cada abrazo como si nos calara hasta los huesos, decidir para nosotros y no para los demás, dejadnos ser libres.
Al fin y al cabo, cuando sepamos que pronto caerá el último grano de arena en nuestro reloj, los momentos que hayamos capturado por el camino será lo que nos haga sentirnos orgullosos de nosotros mismos. 
No se trata de un destino,

sino de un viaje en el que cada momento
nos define.