viernes, 4 de abril de 2014


Desde el día en que te vi, supe que serías alguien especial. Hacía mucho que no sentía aquel cosquilleo en la tripa, como cuando tenía quince años.

Allí estabas tú, sentado, al otro lado de la sala. Seríamos unos 30, pero en cuanto pronunciaste tu nombre, mi mirada se dirigió hacia ti. Directa, como si nada más existiera. Y de repente, te giraste. Y me miraste. Y nuestras miradas se cruzaron. Simplemente me gustaste. O quizás fue tu voz. No estoy muy segura.
Tenías una voz tan dulce, tan sencillamente perfecta. Cada palabra sonaba mejor saliendo de tu boca.  Y yo tenía ganas de escucharte y poder imaginarme miles de historias contigo. Tanto que después de varios días  de tenerte junto a mí, llegaba a casa, y seguía pensando en aquella voz que me había enganchado en cuestión de segundos.

“El final de un viaje es siempre el principio de otro. El cambio es doloroso y siempre tiene un precio. Duele soportar ese precio pero no podemos permitir que eso nos domine. El mañana es un misterio y lo único que podemos hacer es afrontarlo con determinación. Seguimos adelante, siempre adelante, hacia lo que sigue. Tomamos una decisión, nos comportamos de acuerdo con ella y no hay más que vivir y esperar.” (Anatomía de Grey)

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