Hay un tiempo para todo. Y ese tiempo pasa. Ni muy rápido, ni muy lento, pero nosotros somos los mayordomos de ese tiempo.
Hay que luchar por todo aquello que se quiere.
Hay que poner la carne en el asador. Hay, incluso, que dejarse los cuernos por
conseguir lo que uno quiere. Pero llega un momento en el que la inversión se
convierte en gasto. El gasto en desgaste. Y el desgaste ya no conviene.
Hay situaciones en la vida en las que hay que apostar, invertir por
llamarlo así. A veces el tiempo son horas, semanas, meses o años. Pero todo
tiene su tiempo. Hay tiempos para reír, hay tiempos para pasarlo bien, otros
para pasarlo mal y otros para disfrutar. Para enamorarse o para desenamorarse.
Para empezar una relación o para dejarla. Pero todo está tasado en el tiempo. Y
menos mal. Porque si existe un tiempo para la primera parte, tiene que haber un
descanso. Pero, sobre todo, un final de partido. Es algo así como el dicho en
el argot jurídico de que más vale un mal acuerdo que un buen juicio. Hay que
aprender que más vale una retirada heroica que una guerra sin nada por
conquistar. Y es que a veces, todo eso que hemos sentido, pensado, hecho o
dejado de hacer, tiene su porqué, de hecho siempre lo tiene. Y es que sentíamos
que queríamos hacerlo, que queríamos luchar por eso. Nos motivaba y nos hacía
fuertes. Pero hay que aprender a bajarse del burro, a darse cuenta del momento
en el que hemos llegado al punto del proceso en el que el avance se vuelve
regresivo. Hay que acotar los tiempos. Ser prudentes, darlo todo y saber cuándo
parar. Hacer esto no es de cobardes ni de orgullosos, hacer eso es de ser un
poquito inteligentes. Luchas por algo, un trabajo, un proyecto, un amigo, o
incluso algún que otro amor, nos hace grandes. De hecho, nos hace muy grandes.
Porque somos personas, tenemos sentimientos y hay que sacarlos. De hecho,
luchar por algo, nos brinda la oportunidad de darnos cuenta a nosotros
mismos hasta dónde estamos dispuestos a llegar y, sobretodo, les hace ver a los
demás hasta dónde has estado dispuesto a llegar. Pero saber cuándo parar es tan
importante como saber cuándo empezar. Saber que todo tiene unos tiempos no es
dejar de lado lo que quieres; no es dejar de desear o querer. Saber parar es
saber que eso que quieres, tuvo su tiempo. Y que el tiempo, el preciado tiempo,
vale oro.

